Cultura

‘El Sermón del Bufón’ llega a Valencia al Talía, sólo del 21 al 26 de marzo

  • La libertad, el humor y la osadía de Albert Boadella interpretándose a sí mismo a través de sus mejores creaciones.

Este «Sermón del Bufón«, que acaba de estrenar Boadella en los Teatros del Canal durante solo cuatro días (se repone en el Marquina a partir del 19 de abril) es la primera representación que veo en la que se me presenta la idea del teatro como púlpito, sin mistificaciones ni engaños. Hoy, cuando los escenarios son un campo propagandístico enmascarado con disfraces variados (teatro social, crítico, brechtiano…) y casi siempre con el mismo mensaje dominante de la progresía, se agradece que la forma elegida sea tan sincera.

Boadella no induce a engaño. Muchos ya conocemos al personaje, pero incluso desde el título del monólogo nos avisa de que nos va a largar su homilía. Una vez en la sala, descubrimos en un lado de la escena un bonito púlpito al estilo de los que pudiéramos encontrar en una iglesia. Y, por si no estaba claro, cuando sube a él se ciñe una estola litúrgica. La escena central, señalada con una simple alfombra roja circular, la reserva para su actuación en la que se desdobla en Albert, su personalidad infantil y gamberra, y Boadella, su otra mitad más sensata y madura. Tras él, una pantalla desde la que se ofrecen fragmentos de producciones de Joglars y algún otro visionado.

Entré con cierto temor a que este monólogo de más de hora y media me resultara demasiado familiar. Y sin embargo, El sermón del bufón me divirtió tanto como sus entrevistas y obras, captó mi atención de principio a fin. Boadella cuenta las cosas con mucha gracia, echando mano de ironía y sarcasmo, y con frases elocuentes. Y, por otro lado, es tan raro oír hoy en nuestro país una voz tan singular como la suya, creo que tiene una mente prodigiosamente crítica, lo que le ha permitido a lo largo de toda su vida anticiparse y estar alerta.

La obra sigue un recorrido cronológico. Boadella reconoce que es muy mal actor, pero aquí solo trata de “interpretarse a sí mismo”, de escarbar en su memoria y conducirnos por los hechos, los rasgos de su personaje y sus ideas. En escena se alterna haciendo del gamberro Albert o del maduro Boadella, arrancan sus recuerdos de infancia, cuando presenciaba los espectáculos de zarzuela en los que participaba su hermano y que despertaron su devoción por la música; su años de colegial en París; su fuga del hospital militar, que desmitifica porque le permitió pasar un mes escondido en un piso y vivir intensamente su amor con Dolors, a la que acababa de conocer y que hoy sigue siendo su esposa: “La fuerza del erotismo cuando uno está en busca y captura es enorme”.

Por supuesto, también recorre su etapa de Joglars, que ilustra con algunos sketches desternillantes de las obras más polémicas como Teledeum (cuatro procesos de prisión y 18 puñaladas a uno de los artistas), La increíble historia del Dr. Floït y Mr. Pla o Ubú presidente, que le permite satirizar sobre Pujol y los célebres maletines, y Cataluña: “Aquel mundo sentimental me lo han destrozado los mafiosos del cotarro nacionalista”.

‘¡Maldita pandemia progre!’

Y mientras va tejiendo la evolución de los hechos, desliza su pensamiento cuando sube al púlpito y se calza la estola. No hay tema sobre el que Boadella no tenga una opinión personal y un enfoque original. Uno de sus gritos de guerra es “¡Maldita pandemia progre!”. Hasta el Papa actual es calificado de “comediante frustrado” que ha hecho de Dios un “dios progre”. Tiene bastante gracia la defensa que hace de la liturgia católica en latín, porque el rito tiene un gran valor de sugestión (ya lo expresó Valle en Divinas palabras). “No es lo mismo finalizar con un Amén en vez de con Así sea. ¿Cuándo se comprenderá que en el arte tan importante es la forma como el fondo?”.

Su idea del arte combate los postulados de la modernidad, que produce tantas “mierdas” que hace muy fácil ser artista. Reconoce que él también ha hecho algunas. Se ríe a modo de los ismos, como ya hizo en Dalí, y nos exhibe un fragmento de la obra en el que vemos a Miró, Picasso y Tàpies como tres niños pintarrajeando frente a Dalí, el único figurativo de los tres. Para Boadella, el arte exige belleza, o al menos que se siga unos principios armónicos. Y se pregunta: ¿Qué valor artístico tendría El Guernica sin el mito de la Guerra Civil que lo sostiene? Seguramente, no pasaría de un grafiti, viene a decir.

En relación con el teatro, aconseja al público que no se deje engañar “ni por los psicodramas, ni los melodramas de millonarios, ni por las obras de riesgo”. Lorca es, en su opinión, el mejor dramaturgo del teatro español, y sin embargo, sus colegas se empeñan en montar El público, la peor de sus obras, pero con su toque de “vanguardia”. Aunque él también es autor, echa leña sobre los que defiende el teatro de texto, a los que señala con nombres y apellidos, para dictar que “en el teatro manda el actor y no el verbo”.

Su idea del gremio teatral tampoco es muy edificante. Dice sin tapujos que “ha renunciado a la libertad”, que “está encadenado al pensamiento único”, que “no hay nada que hacer”, que las causas que defiende siempre tienen que ver con el orgullo gay, el feminismo, la ecología… o sea, el ideario progre. “Nunca verán que defiendan la aplicación de la ley o el orden público”. Afortunadamente, “yo me largué hace 45 años de esta secta”.

Después de más de hora y media de homilía, Boadella termina diciendo que, en realidad, ya no le interesa el teatro, que ahora solo la música y la poesía mantienen su atención. ¿Por qué entonces un hombre de 74 años, autor y director de escena de reconocido prestigio, que podría llevar una vida placentera con encargos puntuales para satisfacer su hambre artística, vuelve a los ruedos y se organiza una gira por toda España con este monólogo (que volverá a Madrid, pero al Teatro Marquina el 19 de abril)? Yo creo que Boadella tiene un alma combativa como pocos y la herramienta que mejor conoce para su guerra es el teatro.

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